nº.4 · 04/23 · Poemas industriales

Hoy, cuando se dice «industria» se piensa generalmente en una fábrica (y en lo relacionado con lo fabril), pero en el Siglo de Oro, cuando empleaban esta palabra, aludían sobre todo al ingenio (e, incluso, al engaño). «¡Milagro, milagro!» gritan los asistentes a las bodas de Camacho cuando ven que el acuchillado Basilio recupera la salud tras casarse, in articulo mortis, con Quiteria. «¡Industria, industria!», replica este, y muestra cómo el puñal, en realidad, no le atravesaba el cuerpo y todo era un fingimiento. En el siglo XVIII el Diccionario de autoridades definió «industria» como «destreza o habilidad en cualquier arte» y también como «ingenio y sutileza, maña o artificio». Así que los objetos y arquitecturas industriales son también hijos del ingenio, del arte, de la maña y, por qué no, del teatro (y por eso son tan irresistiblemente escenográficos).

Una de las casas del ingenio es el viejo Palacio de las Artes y la Industria, sede de la la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad Politécnica de Madrid, cuya cúpula, sobre una colinita en el borde del Paseo de la Castellana, tanto hermosea el paisaje de esta ciudad. Hemos recorrido sus instalaciones, sus talleres, corredores y túneles y esas imágenes (tomadas por Asís G. Ayerbe) acompañan a los versos y las fábulas de Federico Ocaña, Pilar Adón, Esperanza Ortega, Manuel Moyano, Óscar Esquivias, Arancha Maestro, Juan de Salas, Guillermo Marco Remón, Isabel Cienfuegos y María Sánchez-Saorín que, con tan grande ingenio y admirable industria (como diría un clásico) recrean mundos soñados de máquinas y subterráneos, de conductos e inventos maravillosos, de civilizaciones futuras o remotas, hijas de la desbordante imaginación humana.